—¡Brindemos! —dijo Beth, con una sonrisa forzada que intentaba esconder el nerviosismo que sentía.
Extendió la copa con temblorosas manos, que el hombre recibió con una mirada hambrienta y un gesto de satisfacción.
Él sonrió y bebió el trago de un solo sorbo, con rapidez.
Beth observaba cómo el líquido se deslizaba por su garganta, como si el destino estuviera sellado en ese pequeño gesto.
—¿Qué te parece si hacemos algo más excitante? —dijo Bruno, acercándose con descaro, rozando su cuerpo con el suyo.
El aliento caliente de él le acarició la piel, y Beth sintió que su corazón se detenía por un momento.
El terror la envolvió como una sombra oscura.
—No… por favor… —susurró Beth, pero el hombre ya había dado el siguiente paso.
De repente, él la soltó, su expresión cambiando bruscamente al darse cuenta de que algo no estaba bien.
Beth pudo ver en su rostro la confusión mezclada con la sorpresa.
El hombre tropezó, mareado por el veneno que Beth había colocado discretamente en su copa.
—¡