Mateo, aterrorizado, la levantó en sus brazos con una rapidez que no pensó, como si su vida dependiera de ella.
Su corazón latía desbocado, golpeando su pecho con fuerza, mientras sentía el peso de la angustia y el pánico atenazándole la garganta.
La llevó rápidamente a la cama, con la piel sudorosa y el rostro pálido de Beth, reflejando una fragilidad que jamás había visto en ella.
Su miedo era palpable, y su voz temblaba cuando ordenó con firmeza.
—¡Llamen a un médico, rápido! —dijo, su voz grave, cargada de desesperación.
Con manos temblorosas, acarició el rostro de Beth, el contacto apenas tocando su piel.
Un estremecimiento recorrió su cuerpo al sentir la frialdad de su piel.
Nunca la había visto tan vulnerable, tan débil. Un escalofrío le recorrió la espina dorsal.
—Beth… ¿Nunca te vi tan débil? —susurró, la angustia presionándole el pecho.
Sentía que el aire se le escapaba con cada latido de su corazón.
No pasó mucho tiempo antes de que el médico llegara.
Entró rápidamente, con