Beth no pudo rechazarlo, y el beso la envolvió con una intensidad inesperada.
Sus labios se encontraron con desesperación, como si ese momento fuera el único en el mundo.
El sabor de su boca la hizo perderse, y cuando sus manos recorrieron su cuerpo por encima de la tela de la ropa, todo lo demás pareció desvanecerse.
La pasión era pura, arrolladora, y en ese instante, se sintió como si todo lo que había sucedido hasta ahora fuera insignificante.
El deseo la estaba consumiendo por completo, y cuando sintió que estaba a punto de entregarse, de dejarse arrastrar por la corriente de lo prohibido, la puerta se abrió de golpe.
—¡Mateo! —la voz de Andrea fue como una orden inquebrantable, un eco de dolor que cortó la atmósfera pesada entre ellos.
Mateo se separó de Beth de inmediato, el rojo de la vergüenza, tiñendo su rostro hasta las raíces del cabello.
Miró a Andrea, y sin decir una palabra, vio cómo ella se alejaba con lágrimas desbordando sus ojos. Algo en su expresión se rompió.
—¡Vete