—¡Papito! —Los gritos de los niños llenaron la sala como un eco desgarrador.
El caos era absoluto.
Guardias entraron de inmediato, levantando a los pequeños del suelo, sus pataleos y sollozos eran un intento desesperado por aferrarse a su padre, pero fueron llevados a una habitación donde la niñera los esperaba.
—Tranquilos, tranquilos… —les susurró, abrazándolos con fuerza.
—¿Papito está bien? —sollozó Aria, con los ojos llenos de miedo.
—Sí, mi amor, volverá pronto.
—¿Y mami Roma?
La niñera no pudo responder. Un nudo de angustia le apretó la garganta.
En su lugar, les puso unos audífonos y encendió la música, tratando de protegerlos de la dura realidad.
Sin embargo, los sonidos de disparos seguían retumbando en la casa, haciendo temblar las paredes y sus corazones.
Desde el otro lado de la puerta, escuchó el estruendo de la ambulancia y cerró los ojos con temor.
Diez minutos después, el silencio cayó como un manto pesado, pero los niños aún lloraban, abrazándose entre sí.
Un guardia