Fernanda intentaba llamar a los Savelli, pero cada vez que marcaba, la llamada caía en la bandeja de voz.
Nadie respondía. El reloj parecía moverse más lentamente, el tiempo se volvía una carga insoportable. Estaba sola con su angustia.
«¿Por qué nadie contesta?», pensaba, mientras el miedo se apoderaba de su pecho.
Matías tenía que estar bien, ella no podía soportar la idea de perderlo.
—Matías, por favor, tienes que estar bien. Sus palabras eran un susurro, una plegaria al viento, mientras se aferraba al teléfono con las manos temblorosas.
***
En la fiesta, el bullicio se intensificaba, la música se elevaba, las risas llenaban el aire, pero entre los ecos de la celebración, algo no encajaba.
Aria y Tory estaban a punto de presentar su sorpresa para Roma y Giancarlo, pero en el fondo, todo parecía estar al borde del abismo.
—¡Atención, atención! —anunció Aria, con una sonrisa que no lograba ocultar la tensión que sentía en su interior. —Tenemos un regalo especial para nuestros padres.