Roma y Giancarlo habían planeado la sorpresa con todo el amor y cuidado que podían, conscientes de lo importante que sería para los niños.
La idea de esa cena estaba llena de ternura, un pequeño acto que dejaría una huella profunda en ellos.
Roma sentía una mezcla de nervios y felicidad mientras su esposo conducía hacia la mansión, el ambiente lleno de expectativas.
El pastel para los niños era lo primero en la lista, pero lo que realmente la emocionaba era la caja con los globos rosados, y un vestido con el nombre de Victoria bordado.
Al llegar a la casa, la puerta se abrió casi de inmediato.
Los niños, que habían estado esperando impacientemente, saltaron hacia ellos con una energía desbordante, los ojos brillando de emoción.
No hubo palabras que pudieran describir la ansiedad en sus rostros, ni la impaciencia en cada uno de sus movimientos.
—¡Mamita! ¡Queremos saberlo ya! —exclamó Mateo, con un brillo de expectación en la mirada.
—¿Será un hermanito o una hermanita? —preguntó Matías