Matías tomó la mano de Fernanda con una firmeza que la sorprendió, haciendo que ella lo mirara con desconcierto.
—¡¿Qué haces?! —exclamó, viendo cómo él la arrastraba sin dar tiempo para respuestas.
—Vendrás conmigo, acabaremos con esto —respondió él, su voz fría y autoritaria.
Fernanda dudó un instante, sus pensamientos chocando entre la confusión y la rabia.
Pero, al final, su curiosidad y su desesperación la empujaron a ceder. Se puso un abrigo.
Al llegar a la sala, Fernanda vio las rosas en la mesa.
Matías, con un gesto de desprecio, tomó el ramo y lo arrojó al cesto de basura sin pensarlo dos veces.
—¡¿Por qué tiras mis rosas?! —gritó Fernanda, la ira surgiendo como un volcán dentro de ella.
—Si quieres rosas, mañana llenaré la casa de ellas —respondió él, con un tono frío que helaba el aire. Luego, sus ojos se clavaron en ella—. Pero no permitiré que mi esposa reciba rosas de otro hombre.
Fernanda soltó una risa amarga, casi burlona.
—Casi exesposa —dijo con dureza.
Matías la mir