30. Hasta el fin de mis días
POV ALESSANDRO BALESTRI
Hablar con Irene había logrado disipar, aunque solo en parte, la tensión que me acompañaba desde hacía días. Antes de emprender el viaje a Bélgica, dejé a Víctor al cuidado de mi padre, confiando en su juicio y lealtad sin reservas.
La villa que nos acogía era un refugio discreto, un santuario cuidadosamente elegido, donde la privacidad y la seguridad estaban garantizadas.
Para asegurar el bienestar de mi padre, había reunido alrededor del mundo al personal médico más capacitado, especialistas que compartían un mismo objetivo: encontrar la manera de devolverle la conciencia y la vida que parecía esquiva.
Al llegar a Bruselas, tomé a Irene de la mano y juntos salimos del aeropuerto. Sentir su piel contra la mía me confería una sensación de poder absoluto, un dominio silencioso sobre el mundo y sobre mí mismo. No era solo la seguridad de caminar de la mano de alguien, sino la certeza de que, mientras ella estuviera a mi lado, nada podría desestabilizarme.