ABRIENDO LOS OJOS.
—Maite era un ángel, pura y tierna. Pasamos muchos momentos juntos, incluso yo y Albert —la anciana suspiró y continuó—. Era un hombre maravilloso.

Alex se quedó admirado al escuchar a la anciana hablar de su padre. Era como si se estuvieran refiriendo a dos hombres totalmente diferentes, ya que el Albert que él recordaba era agresivo, frío, malvado y cruel, que golpeaba a su madre sin razón alguna, solo por su gusto.

—¿Y usted? ¿Qué relación tenía con Albert? —preguntó.

La anciana miró a Alex, quien no había dejado de observar la tumba desde que llegó, y se dijo a sí misma: “debe ser el hijo de Albert”.

—Soy Alex, un antiguo amigo suyo —señaló la tumba de su padre. La anciana sonrió con ternura.

—Eres muy joven para ser amigo de Albert. Además… ¿Alex no es Alexander en su nombre completo? —la anciana miró a Alex y dijo—. Eres muy parecido a tu padre, no puedes ocultarlo, jovencito —Alex sonrió y dijo:

—No lo negaré, soy yo, el hijo de Albert. —La anciana soltó una risita.

—Me a
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