SACANDOLE LA VERDAD.

—¿Y tú? ¿Quién te crees para entrar así a mi casa? —. Replicó Ángel. Marcos miró con altivez todo a su alrededor, y con arrogancia respondió —¿Estás seguro de que es tu casa?

Si bien era cierto que el abogado tenía su casa, pero ahora mismo se encontraba en la mansión de su abuelo, el lugar donde vivía su madre, y en el que vivió desde la niñez. Y esa casa también era parte de la herencia que su abuelo le dejó a Marcos, y por petición de Elisa este aceptó no desalojar a la madre de Ángel. Sin embargo, después de todo lo que habían hecho los hijos de esa mujer, no dudaría en echarlos a la calle.

Caminó alrededor de la sala, pisando con fuerzas el suelo y haciendo sonar la suela de sus caros zapatos —¡Estás en mí territorio, y puedo aplastarte cuando me dé la gana! —. Lanzó al suelo el maletín de Ángel y se acomodó en los muebles como todo un Rey.

Desde ahí miró fijamente a Izan —¡Así que querías destruirme jugando tan sucio! —. Se levantó y se paró al frente. Apretó con fuerzas la
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