20. Enredos temporales
Ante aquellas palabras, Aelina abrió los ojos de par en par y un jadeo ahogado brotó de su garganta. Comenzó a removerse frenéticamente, intentando librarse de sus ataduras hechas con esos adornos de serpientes de madera que aprisionaban sus muñecas, pero por más que forcejeaba era simplemente imposible soltarse.
Valdimir observaba sus inútiles esfuerzos con un regocijo sádico, mientras una sonrisa ladina curvaba sus labios. Él caminaba con una lentitud deliberada a su alrededor, sus brazos cruzados a la espalda y el fuete escondido entre sus manos en una pose despreocupada que solo acrecentaba la impotencia de Aelina ante su situación.
—No tiene sentido que sigas forcejando —la voz del Rey Lobo adquirió un tono severo que hizo erizar los vellos de la nuca a la joven—. La única forma que escapes de ahí, es que yo mismo te libere, y no lo haré. Dije que te castigaría para que no se te ocurra volver a tocar lo que no te pertenece.
Sus ojos se ensombrecieron con una mirada oscura e implac