165. Obligándose a regresar a la realidad
En la penumbra de la habitación real, iluminada únicamente por el suave resplandor de los candelabros y la chimenea, Aelina y Valdimir yacían entrelazados, con sus cuerpos aún encendidos por la pasión compartida. El tiempo, obediente a los poderes de Aelina, permanecía suspendido en aquel limbo etéreo, permitiéndoles saborear cada instante de su unión como si fuera eterno.
La piel de Aelina, tersa y pálida como la leche, contrastaba con la tez color canela de Valdimir. Sus respiraciones, acompasadas y profundas, eran el único sonido que rompía el silencio sobrenatural que los envolvía. El aroma a sándalo y lavanda flotaba en el aire, mezclándose con el inconfundible olor a amor y deseo que brotaba de sus cuerpos.
Valdimir acariciaba con ternura el cabello color ébano de Aelina, con sus dedos perdiéndose entre los sedosos mechones. Cada fibra de su ser anhelaba que ese momento se extendiera por siempre, deseando congelar ese instante de perfecta comunión entre sus almas. Sin embargo, en