Las manos y boca de Ares definitivamente deberían venir con una advertencia porque cada toque, cara caricia, y eso me hacen rogar por más.
Sé que no debería rendirme ante él.
Pero una cosa es lo que mi cabeza me grita y otra muy diferente lo que mi cuerpo pide.
Su boca entre mis piernas mientras me come con auténtico abandono me hacen arquearme y llevar mis manos a su cabeza para sostenerlo en su lugar como si de eso dependiera la vida.
Mis gemidos hacen eco en las paredes de la habitación con y solo ruego que estén insonorizadas.
Cuando estoy a punto de correrme este se detiene dejándome a medias, con la respiración trabajosa y el cuerpo perlado de sudor.
—Ares —digo con frustración.
Este me regala una sonrisa cabrona.
—¿Te quieres correr?
Asiento.
—Necesito palabras.
—Sí, necesito que me hagas correr o tendremos problemas.
—Qué mocosa, tan exigente.
Me apoyo con mis codos y lo miro con atención.
El hombre está desnudo y su pecho con tinta me llama.
Su cabello está fuera de su coleta