El sonido metálico de los torniquetes retumbó en el lobby de Lyon Group cuando Sebastián Moretti irrumpió sin previo aviso.
Vestía un traje oscuro impecable, aunque la corbata colgaba con una ligera torcedura que delataba su prisa o su furia, y el ceño fruncido que ensombrecía su rostro era el anuncio silencioso de una tormenta en ciernes.
Cada pisada resonaba sobre el mármol como si detonara bajo sus zapatos, imponiendo su presencia con una mezcla de autoridad herida y rabia contenida.
La recepcionista, joven y acostumbrada a figuras imponentes, alzó la mirada con el reflejo automático del profesionalismo. Ya tenía el protocolo de bienvenida en la punta de la lengua, pero su voz se congeló en la garganta apenas reconoció al visitante no autorizado.
El nombre que intentó pronunciar le tembló en los labios.
—Buenos días, señor... —ni siquiera pudo pronunciar su apellido. Sus ojos se abrieron con inquietud, consciente de la advertencia interna que su sola presencia implicaba—. ¿En qué p