Gabriel asintió, aunque la leve tensión en su rostro delataba que aún no terminaba de aceptar del todo aquella explicación. Sus cejas se fruncieron apenas, señal de que una parte de él seguía dudando, pero a pesar de ello, eligió el silencio, no porque estuviera de acuerdo, sino porque entendía que había verdades que necesitaban tiempo para salir a la luz.
Había aprendido, a fuerza de decepciones, a leer entre líneas, y en Isabella intuía que había mucho más de lo que decía.
Lo sentía en su mirada, en sus silencios, en la manera en que esquivaba ciertos temas. Había palabras sin pronunciar y heridas sin cerrar, muchas aún no escritas, esperando el momento preciso para revelarse sin romperla.
—No confío en él, Isabella. Sé perfectamente el tipo de hombre que es. Y si en algún momento llegas a necesitar algo, por mínimo que sea… estoy aquí. Puedes contar conmigo —dijo con una firmeza envolvente, con esa calidez que no se enseña, pero que nace de quien ha aprendido a cuidar desde el dolo