Al mediodía del día siguiente, Julieta estaba comiendo con Jasmine cuando, de repente, la puerta de su habitación se abrió con fuerza y sopló un viento frío.
Antes de que pudiera reaccionar, la habían sacado de la cama.
Se asustó, giró la cabeza para mirar y cuando vio aquella cara tan guapa de perfil, su corazón se encogió.
—¡Leandro, suéltame!
Pero Leandro la ignoró, la arrastró y se dirigió a la salida.
Asustada y molesta, forcejeó desesperadamente y se golpeó de repente contra los pies de la cama. Sus ojos lagrimeaban de dolor.
—¡Estás loco! ¡Suéltame!
Jasmine se levantó apresuradamente y fue a detener a Leandro.
—Cisneros, imbécil, ¿qué quieres ahora? Julieta está muy débil, no puede pasar por cosas como esta. Por favor déjala ir.
Leandro la miró fríamente:
—¡Quítate de en medio!
—¡Suéltala primero! —Jasmine abrió los brazos mientras se detenía en el umbral de la puerta. Ladeó la cabeza—. ¡Si quieres llevarte a Julieta, mátame!
—¡Sobreestimas tus capacidades! —Después de decir es