¡Ni el mismísimo infierno igualaba la ardiente furia de Julieta!
Sus dientes rechinaron. ¡Esa maldita zorra debe morir ahora mismo! ¡Debía vengar a sus padres y a su bebe muerto!
Corrió hacia ella, agarró a Dalila por el cuello y la empujó contra la barandilla.
—¿De dónde sale este rencor inconcebible? ¿Vas a matar a toda mi familia entonces?
Dalila se la quitó de encima y se burló:
—¡Claro que sí! Este rencor tiene todo el sentido del mundo, ¿quién te dio el derecho de ser la imponente Rosa de Fuego de la Ciudad Marina, y yo una más de la clase baja?
Dalila aspiró un poco de aire.
—¿Por qué si estoy a tu lado todos dicen que te estoy adulando y que, para colmo, soy inferior a ti? Julieta, ¿de verdad estás siendo amable conmigo? ¡No! Todo lo haces por ti misma, me usas para promocionarte a ti misma.
Julieta hizo un ademán de negación con la cabeza. Sus brillantes ojos enrojecieron y refutó:
—¡Estás diciendo una sarta impresionante de estupideces! ¿Cuándo te he usado? ¿Por qué iba a