LISSANDRA
No recuerdo mucho del camino a casa, solo que me sentía en las nubes. O en la espalda de un dios griego con problemas de control.
—¡¡Yupiiiiiii, me lleva mi hombreeeeee!! —grité tan fuerte que un perrito en la calle me ladró de vuelta.
Ash no dijo nada. Solo caminaba con paso firme, cargándome como si fuera una mochila molesta. Y yo reía. Golpeando su delicioso trasero mientras cantaba algo. ¡Dios, cuánto reía!
Apoyé la mejilla en su espalda y murmuré:
—¿Sabes que hueles a hombre sexy?
—Tú tienes olor a tequila barato y caos —respondió seco.
—Perfecta combinación.
Llegamos al auto y me sentó en el asiento con cuidado, como si fuera de cristal. Me miró con esos ojos entre enfadados y resignados.
—¿Estás enojado? —pregunté haciendo puchero.
—No, Lissandra. Estoy fascinado de que mi esposa esté gritando en bares con un tipo que usaba bóxers de Pikachu.
—¡Pero si tú también tienes unos! ¡Los vi cuando doblé la ropaaaa!
—Eran de Ethan.
—Mentirosito. Eran tuyos. Tenían tus inicial