ROSA NEGRA
El nuevo ciber estaba peor que el anterior.
Paredes grafiteadas, el teclado pegajoso, y una señora roncando en la cabina de al lado.
Perfecto.
Me acomodé en la silla, subí la capucha de mi chaqueta negra y conecté el pendrive oculto en mi llavero. En segundos, el equipo se reinició con mi sistema personal.
Los íconos aparecieron como fantasmas conocidos.
La rosa negra en el centro.
Mi firma.
Mi amenaza.
—Hora de jugar, zorrito… —susurré con una sonrisa torcida.
Tenía el objetivo: una red satelital secundaria de comunicación bancaria. No era vital, pero sí importante. Y estaba protegida por un nivel de cifrado que grita: ShadowFox me construyó.
Perfecto.
Activé mis capas de rebote. Cinco IP falsas, dos rutas europeas, una desde Japón, otra desde el mismísimo infierno. Entré con cuidado, empujando líneas de código como quien descifra poesía antigua.
El sistema me respondió.
Bip.
Bip.
Un pequeño pulso.
Lo sentí.
Él lo sintió.
—Vamos, zorrito. Muéstrame qué aprendiste desde la