El camino de regreso a la mansión fue silencioso, pero no incómodo. Mis manos aún temblaban por todo lo que había pasado, pero mi mente… estaba en Ash. En cómo me había mirado después del golpe. Como si fuera su joya más valiosa, pero también su arma más letal.
El chofer conducía en silencio; Ash, con una mano abrazándome, y la otra descansando sobre mi muslo, como si necesitara tocarme para no estallar.
La mansión nos recibió con luces cálidas. Al entrar, los empleados se retiraron discretamente, y nos quedamos solos.
—Iré a ver a mi bebé.
—Vamos, te acompaño.
Subimos la escalera en silencio y abrí la puerta de mi hijo. Ya estaba dormido como un angelito, abrazando con fuerza el osito con capa de superhéroe que le dio Ash. Lo arropé y besé su frente. Hice un pequeño nudo en la punta de la sábana y lo miré dormir.
—¿Para qué el nudo?
—Cuando iba a cenas de negocios para concretar contratos para el señor Antonio y llegaba tarde, siempre le dejaba un nudo en la sábana. Así, él sabía que