ASHTON GARDNER
Después de un despertar lleno de risas y teorías sobre besos olvidados y novias bajitas, bajamos juntos a la cocina.
Erick iba descalzo, con su pijama de ositos y el cabello aún en modo “torbellino”. Liss llevaba uno de mis polerones, enorme sobre su figura, y debajo, su pijama de seda. Caminaba como una gatita perezosa, con una sonrisa serena y la mano de nuestro hijo aferrada a la suya.
Yo fui directo a la cocina, donde ya conocía cada rincón con los ojos cerrados. Encendí la cafetera y abrí la despensa.
—¿Qué se les antoja esta mañana?
—Pan con mantequilla y jugo de naranja —respondió Erick sin dudar, subiéndose de un salto a su silla.
—¿Y tú, mi reina?
—Lo mismo que él… pero con un beso de propina —dijo Liss, cruzando los brazos y apoyándose en el marco de la puerta.
—¿Eso antes o después del pan? —bromeé mientras servía el jugo.
—Antes, claramente. El beso es lo que abre el apetito.
Me acerqué y la besé con calma, suave, lento, pero lleno de pasión, un beso de Liss