ASHTON GARDER
Ella estaba sobre mí, con esa bata que apenas la cubría, y yo… yo estaba reviviendo.
Como si Lissandra Gardner fuera mi antídoto.
Mi oxígeno.
Mi necesidad más primitiva.
—Hazme tuya, Ash… —susurró, temblando encima de mí.
Y bastó eso.
Esa súplica.
Esa mirada de amor y lujuria mezcladas.
La sujeté de la cintura con fuerza y la tumbé debajo de mí. Mis labios cayeron sobre su cuello, devorando cada rincón, mientras mi cuerpo recordaba exactamente cómo hacerla gemir.
Como si ningún centímetro de su piel me fuera ajeno.
Como si hubiera nacido para besarla justo así.
—No sabes lo que me hiciste —le dije, entre beso y mordida—. Escuchar tu voz. Sentir que venías por mí. Olerte mientras aún estaba perdido en la droga… Liss, juro que nunca más dejaré que nadie me separe de ti.
Ella jadeaba, con las piernas rodeándome, clavando las uñas en mi espalda.
—Ash… por favor…
—¿Por favor qué, princesa? —le susurré al oído, haciéndola arquearse bajo mí.
—Hazme sentir… hazme olvidar esa mal