Ashton Gardner
Volver a la mansión con su olor en mi piel, su sabor en mis labios y sus gemidos aún grabados en mis oídos… no tenía precio.
El mundo podía venirse abajo.
Marcus podía arder en su propia mlerda.
Pero yo… yo había vuelto a tocar el cielo.
El aire de la noche aún llevaba su aroma, aún no amanecía completamente, recíen estaba aclarando pero yo me sentía como el sol de medio día. Ese leve rastro de vainilla y deseo que se me había metido en el alma. Cada músculo de mi cuerpo vibraba, no de tensión, sino de pura satisfacción. Y aunque sabía que esto recién comenzaba, había una verdad absoluta latiendo en mi pecho: ella sigue siendo mía.
Estacioné el auto en la parte trasera de la propiedad para no levantar sospechas en Erick, aunque en el fondo sabía que ese niño era más inteligente de lo que aparentaba. Como si lo supiera, ahí estaba él. No Erick.
William.
Con su abrigo impecable, su reloj brillante, y esa expresión entre sarcasmo y complicidad que me conocía demasiado bien