MARCUS BLACK
Ahí estaba yo, con un vaso de Whisky sentado en el sofá mirando la nada, pensando en lo que tuve y perdí.
Lissandra… Siempre tan hermosa, tan entregada. Tan estúpidamente fiel. Cuántas veces me rogó que la amara, que la tocara, que la viera como mujer. Y yo, tan imbécil, tan arrogante, solo sentía asco por ella. Me harté de su dulzura, de su silencio. Me molestaba su manera de quedarse incluso cuando yo la ignoraba. La dejé morir en vida, y aun así, se quedó y me seguía mirando con esos ojos llenos de amor, que para mí eran una molestia pero que ahora daría cualquier cosa por volver a tener, por que me mirara como antes.
Cuando la aposté aquella noche en la partida de póker, no lo pensé. Para mí ya no era una esposa, solo un estorbo. Una carga silenciosa que me daba vergüenza aceptar. Lo hice por rabia, por ego y por la emoción de la apuesta. Di las llaves como si fueran nada. Le dije que se la llevara, que entrara por la cocina y que la tratara como a una cualquiera. que