LISSANDRA
Desperté en mi habitación. Mis brazos buscaron a Ash, pero no estaba. Abrí los ojos con un leve dolor de cabeza.
—Oh, por Dios… juro que no vuelvo a beber.
Me senté aún un poco desorientada y, entre mis piernas, pude sentir el castigo que el señor Gardner me había dado. Una sonrisa apareció al recordarlo; sin duda, mi esposo era un semental.
Giré y, en la mesita de noche, había una tableta, jugo de naranja y mi desayuno.
Tomé la tableta y comí tranquila. Al ponerme de pie, mis piernas temblaban, haciéndome sonreír.
—Ash, sí que me castigaste esta vez… pero me encantaría ser castigada nuevamente. Quizás vuelva a beber con Oli.
Fui al baño con una sonrisa en los labios y me miré al espejo. Sus marcas estaban por todo mi cuerpo. La yema de mis dedos pasó por cada una de ellas, recordándome la manera salvaje que tuvo mi esposo de hacerme el amor.
Me metí a la ducha y salí renovada. Mi cabeza ya no dolía tanto. Miré la hora: cerca de las doce. Iría a la oficina a almorzar con mi