LISSANDRA
El primer rayo de sol entró entre las cortinas de la suite. No sabía qué hora era ni me importaba. Solo sabía que estaba en sus brazos, que su pecho subía y bajaba despacio, que su respiración era cálida en mi cuello. Y que mi amado esposo era solo mío aunque quisieran quitármelo.
Lo abracé más fuerte.
Su mano se movió automáticamente a mi cintura, sus dedos acariciándome con esa familiaridad que solo se gana cuando dos cuerpos se conocen al detalle, no solo por deseo, sino por amor. Hundí mi nariz en su cuello y suspiré. Olía a él. A hogar. A victoria.
—Buenos días, mi vida —murmuré, casi como un secreto.
—Mmm… —respondió Ash, con voz ronca—. Si esto es un sueño, no me despiertes nunca.
—No es un sueño, amor. Estoy aquí. Siempre lo estaré.
Abrió los ojos lentamente, y su mirada se posó en la mía. Esos ojos azules que podían derretirme o incendiarme en segundos. Sonrió con esa curva peligrosa que me enamoró desde el primer día.
—Te ves preciosa —dijo, rozando mis labios con