LISSANDRA
La puerta de la mansión se cerró con un leve clic a nuestras espaldas. El silencio de la madrugada nos envolvió como un secreto. Las luces estaban apagadas, y el eco de nuestros pasos sobre el mármol apenas se oía.
No dijimos nada. No necesitábamos hacerlo. Nuestros besos se escuchaban suavemente mientras nuestras risas por dar un paso mal o por casi caernos rompía el silencio.
— Casi me caigo — susurré entre risas.
— Eso se soluciona fácil.
Ash me levantó en sus brazos mientras subíamos las escaleras, despacio, como si cada peldaño fuera un suspiro contenido. Yo sentía sus labios en mi cuello, chupando suavemente mi piel, dejando besos, pasando su lengua.
Al llegar a nuestra habitación, Ash empujó la puerta con suavidad. Entramos. La luz tenue de la lámpara encendida nos abrazó con calidez. Todo seguía como lo dejamos: la cama estirada perfectamente, un abrigo sobre la silla, y su camisa debajo de mi almohada. Nuestra vida normal… esperando por nosotros.
Él me miró. Sonrió