C4: APRENDE A VALORAR.

C4: APRENDE A VALORAR.

Aria tensó los hombros. Kiara, desde el sofá, le hizo un gesto sutil con los dedos, un “no digas nada” casi imperceptible.

—Bueno… yo… —respiró hondo—. Fui a la Librairie des Archives, en el distrito 4. Está abierta 24 horas. Kiara me insistió… pero no me gustó esa discoteca y me fui, pero me dio miedo regresar sola, así que me quedé en la librería… y cuando vi que amanecía pensé que Sabine ya estaría despierta para dejarme entrar…

Eros entrecerró los ojos.

—¿La Librairie des Archives?

Ella asintió.

—Ajá…

Eros se acercó, demasiado, y ella tragó.

—Papá…

Y entonces, lo hizo. Se inclinó hacia ella y la olfateó, como un sabueso.

—¡¿Papá, qué haces?! —protestó Aria, retrocediendo.

—Asegurándome que no huelas a alcohol… o drogas… o peor aún… a algún maldito.

El corazón de Aria dio un vuelco y pensó en Zade. Si se enteraba, su padre lo mataría. No, lo borraría del mapa, como si nunca hubiera existido.

—Estoy bien, de verdad.

Fue cuando Lucy alzó la voz, incapaz de contenerse más.

—¡Aria! ¿Cómo pudiste aceptar acompañar a Kiara? Deberías habérnoslo dicho, no seguirle el juego. Esos clubes son peligrosos, más para ustedes… que apenas son unas niñas.

—¿¿Niñas?? —bufó Kiara—. ¿De qué carajos estás hablando, mamá? ¿Segura que te estás escuchando?

Lucy parpadeó, desconcertada.

—Kiara, no me hables así.

—¿Así cómo? ¿Con la verdad? —dijo levantándose del sofá con violencia—. Por favor. ¿Peligrosos? ¿Peligrosos los clubes? ¡Vivimos rodeadas de armas! ¡Nuestro papá es el puto jefe de la mafia albanesa! ¿Recuerdas Grecia? ¿O ya se te olvidó cómo casi nos vuelan la cabeza en la carretera, cuando fuimos a ver al tío Stefan? ¡Eso sí que fue peligroso, mamá! ¡No bailar un rato en una discoteca!

—¡Kiara! —exclamó Lucy, visiblemente herida—. Ese chico no tiene buen aspecto. ¡No lo conocemos! ¡Además tu reputación está en juego!

Kiara chasqueó la lengua y dio un paso desafiante hacia su madre.

—¿¿Tú me vas a dar lecciones de moral? ¿Tú? ¿En serio?

—¿Qué estás diciendo? —susurró Lucy, desconcertada.

—¡Tú eres la menos indicada para hablarme de moral, mamá! —le escupió en la cara, con rabia—. ¿O crees que no sabemos lo tuyo y papá? ¿Crees que somos idiotas?

—Kiara, para.

—¡Estabas casada con Ezra! ¡El hermano de papá! ¿Y qué hiciste, mamá? ¿Eh? ¿Qué hiciste? ¡Te lo cogiste igual!¡Te acostaste con su hermano!

El golpe fue inmediato. Eros la abofeteó con una fuerza que hizo eco en toda la casa y Kiara retrocedió un paso, tocándose la mejilla en shock.

Los ojos se le llenaron de lágrimas, pero no bajó la mirada, ni tampoco lloró y Eros la fulminó con la voz más baja y helada que había usado en años.

—A mi esposa se le respeta. Y no voy a permitir, ni a ti ni a nadie, que le falte el respeto bajo mi techo. ¿Me oíste?

Kiara respiraba agitada y Aria no se atrevía ni a moverse, mientras que Lucy estaba paralizada, sin saber qué responderle a lo que su hija acababa de echarle en cara.

—¡No es una mentira! ―Dijo Kiara después de un momento ―¡Lo que dije es verdad! ¡Te metiste con la esposa de tu hermano! ¡¿Y ahora te haces el moralista?!

Eros apretó la mandíbula. Dio un paso lento hacia ella, como un animal que mide sus movimientos antes de atacar, pero Lucy lo sujetó del brazo.

—No tienes idea de lo que hablas, Kiara. No sabes ni la mitad de esa historia. ¡No sabes un carajo de lo que tu madre vivió con Ezra!

—¡Ah, claro! ¡Y tú sí, porque eras el salvador perfecto! —disparó su hija, irónica—. ¿Y entonces qué hiciste? ¿Le ofreciste tu hombro… y luego tu cama?

Eros explotó.

—¡Sí, era la esposa de mi hermano! ¡¿Y qué?! Pero tu madre… —lo dijo sin parpadear, con la voz ronca y rota—… tu madre estaba rota. ¿Quieres saber la verdad? Mi hermano era un maldito enfermo y yo llegué tarde. Muy tarde. Porque si la hubiera salvado antes, no tendría las cicatrices que tiene hoy, así que baja la voz, cierra esa maldit4 boca, y aprende a valorar a la mujer que tienes por madre.

Kiara se quedó quieta, apretando los labios con impotencia. Quería gritar. Llorar. Golpear algo. Pero no podía. Se sentía atrapada, como una niña a la que no la dejaban elegir ni el color de su sombra.

Eros dio un paso atrás y las miró a ambas.

—Desde ahora, sin teléfonos, sin tablets y sin computadoras. Y a la universidad irán con tres guardaespaldas, les abrirán la puerta del aula si es necesario. Y al salir, las estarán esperando. Y no… no volverán a salir de esta casa sin mi permiso.

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