C5-VOY POR TI.

C5-VOY POR TI.

—¡¿Qué?! —Kiara dio un paso atrás, fulminándolo con la mirada—. ¿Estás loco? ¡¿Nos vas a encerrar?! ¡¿Qué mierd4 te pasa?! ¡No estamos en la Edad de Piedra! ¡Yo no soy una presa!

—Pero eres mi hija —gruñó Eros—. Y no vas a volver a ver a ese tal Landon. Nunca más. ¿Entendiste?

Y sin más, se giró, tomó la mano de Lucy, que seguía en shock, y subió las escaleras con paso firme. La tensión que quedó en la sala era como pólvora flotando en el aire.

Aria tragó saliva, aun temblando, y miró a su hermana, que seguía tiesa como una estatua, con los ojos húmedos.

—¿Por qué le dijiste eso a mamá? —susurró—. No tenías derecho.

Kiara cerró los ojos un segundo y se pasó una mano por el rostro y suspiró con frustración.

—Lo sé —admitió—. No debía… pero estaba enojada. Porque papá siempre quiere dictarnos la vida, como si fuéramos robots. Como si no tuviéramos ni voz ni voto.

Se quedó en silencio un instante y luego, giró hacia ella con una ceja levantada.

—Y tú… —la miró con suspicacia—. ¿Dónde estabas, Aria? Porque sé perfectamente que no fuiste a una librería.

Aria se sonrojó hasta las orejas.

—Bueno, yo…

—¡Por Dios! —exclamó la mayor, acercándose con los ojos abiertos—. ¡No me digas que… tú y…!

—¡Cállate! —le siseó Aria, roja como un tomate—. ¡Papá puede escuchar! Y si se entera, estoy muerta… pero… sí.

Kiara se llevó las manos a la boca, ahogando una risa.

—¡No lo creo! ¡Y yo creyendo que era la hermana liberada! Pero igual… quiero saberlo todo. ¿Qué se siente? ¿Cómo es? ¿Lo tiene grande?

—¡Kiara! —chilló Aria, escandalizada—. Mejor vamos a mi cuarto, no confío en papá, seguro ya ha puesto micrófonos por todos lados.

*

Dos semanas.

Catorce malditos días de encierro.

Y Kiara creía que iba a colgarse de las cortinas de su habitación o a estrellar una de esas jarras de porcelana carísimas contra la pared. Cualquier cosa para no morir de aburrimiento o frustración. Sin teléfono. Sin salidas. Sin privacidad. Su padre había sido claro, un dictador nivel dios griego con complejo de celador.

Aria lo había llevado mejor, tal vez porque su mente estaba en otra parte. O mejor dicho, en otro.

—Fue raro… pero bonito —le había contado una noche, sentadas en el borde de la cama—. Me hizo sentir como si valiera todo.

Kiara la miró con una ceja arqueada y una media sonrisa. No era cruel, solo honesta.

—Al menos tú pudiste disfrutar la noche… —dijo, cruzándose de brazos—. Yo ni eso. Ni una caricia. Ni una maldita oportunidad y lo peor es que sigo pensando en él como una tonta.

Aria no dijo nada y le apretó la mano con ternura.

Pero Kiara no era del tipo que se daba por vencida. Ya era mayor de edad, maldita sea, ya podía votar, conducir y eso la hacía dueña de su destino.

Ese pensamiento fue el que la acompañó mientras se sentaba en el asiento trasero del auto negro, camino a casa después de clases. El tráfico era lento, los vidrios polarizados ocultaban su expresión de concentración.

Entonces lo dijo, sin levantar mucho la voz:

—Deténgase. Necesito ir al baño.

El chofer, un hombre de unos cuarenta, la miró por el retrovisor, confundido.

—Señorita, no falta mucho para llegar a la casa. Creo que...

Kiara lo cortó con frialdad.

—Las necesidades de una mujer no esperan, le he dicho que se detenga.

El hombre suspiró resignado y dio un giro hacia una pequeña gasolinera con tienda y baños al fondo. Apenas se detuvo, ella abrió la puerta. Pero los dos guardaespaldas que la seguían todo el tiempo, nuevos y visiblemente menos intimidantes que Diogo y Reis, la flanquearon de inmediato.

Kiara se giró hacia ellos con una mirada cortante.

—¿Van a entrar conmigo al baño?

—No, señorita, pero su padre nos dijo...

—Sé perfectamente lo que dijo papá —interrumpió—. Pero pueden esperarme aquí. No soy Superman para volar por la ventana.

Rodó los ojos y se fue caminando hacia el baño como si no hubiera dos tipos armados observando cada uno de sus movimientos.

Al cruzar la puerta del baño de mujeres, lo primero que hizo fue revisar que no hubiera nadie, puso el seguro y abrió su bolso y sacó la muda de ropa que había escondido. Se deshizo de la ropa que llevaba y luego se recogió el cabello en una coleta alta y se colocó una gorra negra.

Había estado planeando esto durante días, esperando el momento perfecto. Hoy Aria no iría a la universidad por su ensayo general del ballet. Y Diogo y Reis, los más fieles a su padre, estaban de vacaciones en Europa. Estos nuevos eran fáciles de manejar, más preocupados por seguir instrucciones que por leer intenciones.

Sonrió mientras ajustaba la gorra y verificaba que llevara todo lo necesario. Dinero en efectivo, su identificación y otro teléfono. Eros le había quitado su celular, pero no podía quitarle el número de ese chico de sexto año que la miraba como si fuera su religión.

Había sido fácil manipularlo para que le diera uno.

Marcó.

Y el corazón le latía con fuerza, pero no de miedo, sino de emoción.

—Soy yo, amor...―dijo cuando se conectó la llamada ―ya estoy lista.

Landon, miró al hombre a su lado con una sonrisa torcida.

—Dime dónde estás y voy por ti.

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