Amaya abrió los ojos, lo primero que sintió fue el brazo fuerte de Ryu que cruzaba su pecho. Se giró y quedó frente a él, quien dormía a su lado, boca abajo. Admiró la pasividad de su rostro dormido. Observó la piel pálida y brillante, la cual tapizaba los músculos de una espalda poderosa. Con cuidado, quitó los mechones negros y brillantes de la cara y lo contempló. Suspiró con tristeza al pensar en lo que había hecho. Depositó un beso ligero en los labios delgados de Ryu, apartó el brazo y se levantó para darse un baño.
Dejó que el agua tibia despertara su cuerpo a la realidad y se llevara los restos de sangre seca en sus heridas. Con su entrega había traicionado no solo sus ideales, sino también la memoria de su familia. El destino se burlaba de ella: la cazadora que perdió su familia a manos de vampiros, enamorada del príncipe de sus enemigos.
Se odió por ello.
Salió de la ducha y se miró en el espejo. Era la misma, pero tan distinta que le costaba reconocer a la mujer joven, de