El reloj de la mesita de noche dio las tres de la mañana cuando el profesor Vincent Black abrió los ojos y se encontró frente a él con una imagen irreal.
Parpadeó varias veces antes de restregarse con fuerza los ojos, creyendo que todavía estaba dormido. Alargó la mano, tomó los lentes de montura de carey de la mesita y se los colocó para ver mejor lo que estaba en el umbral de su puerta.
Una mujer de largo cabello que se extendía a su cintura, negro como el ónix y reluciente hasta dar reflejos plateados, estaba de pie frente a él. Llevaba una especie de túnica larga de encaje rojo transparente con hilos brillantes. Bajo esta se podía contemplar una exuberante figura esbelta, pero abundante de curvas.
El profesor se incorporó en la cama. Abrió grandes los ojos y se los llenó de los pezones que se erguían y levantaban el encaje y del sexo medio oculto por las sombras que proyectaba el resto del cuerpo de esa presencia irreal. No sabía si gritar o extender la mano para saber si esa m