De nuevo, sus manos blancas de lirio que ahora lucían manchadas de mugre, subieron hasta el cuello y tiraron del frío metal de su esclavitud.
Lía, recostada en el rincón de la habitación, suspiró y encogió las piernas llevando las rodillas hasta su pecho.
Llevaba días allí y la sed comenzaba a ser intolerable, pasó la lengua seca y rasposa sobre sus labios cuarteados. En otras circunstancias no estaría así. Centurias atrás juró que nunca más sería pisoteada, que nunca más se aprovecharían de ella, pero el mundo da muchas vueltas, demasiadas en el largo período de vida de un vampiro y ahora, después de tanto tiempo, era de nuevo una víctima.
No quería culpar a Ryu después de todo ella también creyó que era posible un nuevo mundo, sucumbió contagiada de su ingenuidad, aunque en el fondo siempre supo que todo eso de evitar la guerra era una mala idea.
¡Ryu!
¡Cómo culparlo si tal vez estaba muerto!
Un par de lágrimas se deslizaron, dejando un camino blanco en las sucias mejillas.
Un aroma