Desde que los Belrose llegaron, el doctor Branson trataba de aparecer lo menos posible en la casa, no quería incomodar a Hatsú, por eso permanecía gran parte del tiempo en su laboratorio ubicado en el sótano de la vivienda. Se moría de arrepentimiento cada vez que la veía y la tristeza lo embargaba al notar el odio con que lo miraban sus ojos azules, pero sabía que no podía hacer nada para revertir ese sentimiento en ella. Era imposible cambiar el pasado, por eso prefería darle espacio y aunque estaba algo celoso de los Belrose, no podía menos que agradecer que ellos aparecieran en su vida y tomaran el lugar que él desaprovechó.
Diferente a la nocturna brisa marina que soplaba fría afuera, dentro, en la salita, era acogedor. El fuego crepitaba en la chimenea y esparcía una agradable calidez entre los jóvenes que conversaban y jugaban a las cartas.
Se sentaban en el suelo, en un círculo. Lili sonreía con picardía viendo su mano de cartas. Hatsú no podía menos que sorprenderse. Tenía l