Karan se quedó un momento con la mano suspendida frente a la gran puerta de roble antes de tocar. Tenía muchas preguntas que hacer, pero enfrentarse a su padre era un trago amargo para él, uno que siempre prefería evitar.
Toda la vida había sentido que su padre y él eran dos islas en un mismo archipiélago, cerca, similares, pero separadas irremediablemente.
Suspiró antes de estrellar sus nudillos contra la sólida puerta. A los pocos segundos escuchó la voz grave y familiar autorizándolo a entrar.
Su padre, sentado frente al escritorio con varias carpetas esparcidas en la superficie, tecleaba rápidamente en su portátil.
—¿Y bien? —preguntó sin apartar la mirada del ordenador.
—Vengo a informar sobre lo que se me encomendó con respecto a la hija del doctor Branson.
El coronel lo invitó a continuar con un gesto de su mano.
—Seguí su rastro en el localizador hasta cuatroscientos kilómetros al sur y luego al oeste, a través de la zona boscosa, después de eso la señal simplemente desa