Lía continuaba frecuentando “El dragón de Jaspe” como se llamaba la discoteca donde trabajaba Made. Llegaba pasada la media noche y se instalaba hasta poco antes del amanecer en la barra de acero y fibra de vidrio, a beber las margaritas que su nueva amiga se esmeraba en prepararle ampliando los sabores.
Había noches en que, emocionada, le daba a probar margaritas de naranja, de melocotón o de fresa. Esta última era su favorita.
Pero a Lía más que beber margaritas, le gustaba observar a Made prepararlas. Veía con sus ojos amatistas entornados las manos delicadas de piel dorada desplazarse entre frutas y fantaseaba con saborear una fresa azucarada entre esos delgados dedos. Luego veía el licor ambarino mezclarse con el jugo, un chorrito de limón y una delicada sombrillita de papel. Made la miraba con ojos cálidos esperando su apreciación.
—¡Hum, delicioso! —decía Lía relamiéndose sus labios rojos.
Made sonrió ampliamente y su bonito rostro se iluminó.
—¡Qué bueno que te gusta! L