Zebela
Con pasos sigilosos y una caja entre las manos, salí de la habitación. Un leve vértigo me sacudió cuando cerré la puerta detrás de mí, y sentí la necesidad urgente de regresar para lavarme las manos. Otra vez estaban húmedas de sudor.
Los latidos de mi corazón formaban una orquesta eufórica dentro de mi pecho, y de repente, la garganta se me secó.
Tuve ganas de salir corriendo.
—Guau... —La voz del alfa irrumpió en el aire y se robó toda mi atención, haciendo que los nervios me torturaran con más fuerza.
Ahora sí quería escapar.
Sentí que todo a mi alrededor se detuvo, que los sonidos externos cesaron y que solo mi respiración agitada y los intensos latidos de mi corazón podían escucharse.
¿Y si me desmayaba?
—¡Qué hermosa estás! —exclamó Bastian, sacándome de mi ensoñación. Se acercó a mí con expresión incrédula y la boca ligeramente abierta, como si lo que estaba viendo fuera tan fascinante y sublime que mereciera toda su admiración.
No pude evitar sonrojarme.
—Tú te ves muy