Cuando Pablo se despertó esa mañana, lo primero que notó fue el vacío a su lado.

Extendió la mano por inercia, con la esperanza de encontrar el cuerpo cálido de Paulina junto a él, pero solo sintió las sábanas frías y desordenadas.

Se incorporó de golpe, con el corazón acelerado, invadido por un mal presentimiento. Su mirada recorrió rápidamente la habitación, buscando cualquier señal de ella.

Entonces lo escuchó. El sonido del agua corriendo tras la puerta del baño. Un leve suspiro escapó de sus labios, mezcla de alivio y ansiedad.

Se llevó una mano al rostro, frotándose los ojos mientras intentaba calmar sus pensamientos. Aún no confiaba del todo. No podía.

Su celular vibró sobre la mesa de noche, sacándolo de su momento. Lo tomó sin pensar, contestando de inmediato.

—¿Qué pasa? —preguntó, con voz grave y malhumorada.

Del otro lado, una voz masculina y seria respondió:

—Señor, el hombre… quiere hablar. Dice que tiene algo que usted debe escuchar. Necesita venir.

Pablo se quedó en sil