Octavio caminaba de un lado a otro en la entrada del salón.

Había saludado a los invitados, sonreído frente a las cámaras, incluso agradecido a algunos familiares... pero su corazón estaba inquieto.

Luciana no regresaba.

La había visto irse hacia el jardín trasero minutos antes, pero algo dentro de él, una punzada aguda en el pecho, le decía que algo no estaba bien.

Decidió buscarla.

Atravesó el jardín, llamó su nombre entre los arbustos, revisó las terrazas, el pasillo trasero... Nada.

Fue entonces que escuchó el rugido de un motor.

Corrió hacia el portón lateral justo a tiempo para ver cómo un auto negro se alejaba a toda velocidad por la calle. Pero lo que lo dejó helado fue lo que vio a través de la ventanilla trasera: una mujer golpeando el cristal.

—¿Luciana...? —murmuró, sintiendo cómo el corazón le caía al estómago.

Se acercó un poco más, el auto estaba ya a unos metros de distancia... pero entonces lo entendió.

¡Era ella! ¡Luciana!

—¡Luciana! —gritó con desesperación—. ¡¿Esca