Ariana llegó al edificio en un taxi. Pagó rápidamente al conductor, agradecida por la rapidez del viaje.
Sin embargo, antes de entrar, un escalofrío recorrió su espalda.
Un mal presentimiento la invadió, como si algo estuviera a punto de suceder. Se detuvo en seco, mirando a su alrededor. No vio nada fuera de lo común, pero la incomodidad seguía apoderándose de ella.
Las luces de la calle parpadeaban suavemente y la gente caminaba tranquila.
Todo parecía en orden, pero ese sentimiento persistente de inquietud no desaparecía.
«¡Estoy siendo una mujer paranoica!», pensó, reprochándose a sí misma por dejarse llevar por el miedo.
Aun así, la sensación no desapareció. Con un suspiro, se obligó a seguir adelante, a ignorar la presión en su pecho.
El miedo no la iba a paralizar. Se acercó a la entrada del edificio, pero la sombra de su ansiedad no la dejó.
Lo que no sabía era que, desde un automóvil estacionado a lo lejos, dos hombres la observaban, sus rostros imperturbables mientras tomaban