Cuando Miranda llegó con Charlie al nuevo salón, lo primero que hizo fue soltarse de su brazo y alejarse de él.
Su mirada estaba perdida, su respiración agitada, y su mente en otro lugar. Charlie lo notó de inmediato.
—¿Qué pasa? —preguntó con tono sarcástico—. ¿Ya no me vas a usar como tu novio postizo?
Intentó abrazarla, buscando cercanía, pero ella lo empujó con fuerza. Su mirada era dura, dolida.
—¡Basta, Charlie! Déjame en paz, no estoy para tus juegos.
Charlie frunció el ceño, herido.
—No soy yo quien juega, Miranda. Yo siempre te he querido, desde el primer día… y tú solo me usas, como si fuera algo desechable. No eres justa conmigo.
Ella bajó la vista, sin poder negarlo. No era justo lo que había hecho. No con él.
—Lo siento —susurró, casi sin voz—. De verdad, lo siento…
Charlie la miró una última vez, decepcionado, antes de darse media vuelta y alejarse sin decir nada más.
Miranda no lo detuvo. No podía. En ese momento, lo único que ocupaba su mente era Arturo. Lo había vuelto