Marfil rompió el beso, jadeante, con la respiración temblorosa.
La cercanía de Imanol la quemaba como un fuego dulce y desconocido. Lo miró a los ojos, y por un instante se vio reflejada en ellos. En esa imagen reconoció su vulnerabilidad. Dio un paso atrás.
—Esto… no, Imanol —dijo en voz baja, como si cada palabra le doliera.
Él bajó la mirada. No necesitaba decir nada más; su expresión lo decía todo. Estaba herido, profundamente.
—¿Por qué? —susurró él con voz quebrada—. Pude sentirlo, Marfil. Ese beso no fue solo de amistad. Tú también lo sentiste. Yo no soy solo tu amigo, y lo sabes. Sé que has sufrido, que te han hecho daño, pero… estoy aquí. Déjame amarte. Déjame demostrarte que no todos somos monstruos. Solo… déjate amar.
Ella apretó los labios. Su alma temblaba por dentro. Su corazón gritaba por él, pero el miedo seguía siendo más fuerte.
—Imanol… lo siento. Yo… ya he sufrido tanto. Te lo conté, ¿recuerdas? Mi ex me rompió en mil pedazos. Me quitó la fe, la alegría, las ganas d