—¿Abandonarás a Imanol por miedo?
La voz de Miranda cortó el silencio como una cuchilla.
Marfil no pudo contenerse más. Sus lágrimas, esas que llevaba conteniendo como una presa a punto de romperse, comenzaron a caer, calientes, pesadas, llenas de rabia y dolor.
—¿Qué hago? —susurró, como si la respuesta estuviera enterrada en algún rincón olvidado de su alma.
Miranda, derrotada por la impotencia, se dejó caer al borde de la cama.
La tela crujió bajo su peso, como si incluso los objetos de la habitación compartieran el peso de ese momento.
—No sé… —murmuró, bajando la mirada—. ¿Estás segura de que era él?
—¡Lo juro! —La voz de Marfil tembló, pero su mirada brillaba con una certeza feroz—. Era él. Lo vi. Sentí su sombra. Esa mirada… la reconozco, aunque me hunda en el infierno.
Miranda asintió, sin palabras. Durante un largo instante, solo existieron los sonidos de la respiración agitada de Marfil y el eco invisible del pasado que las envolvía.
—Entonces, si quieres… nos vamos. A cualqu