Sergio dejó escapar una sonrisa, pero esta no alcanzó a llegar a sus ojos.
Su mirada, perdida y fija en el vacío, tembló ligeramente.
Un sollozo ahogado se escapó de sus labios, mezclándose con una risa amarga que brotó sin control.
Las lágrimas comenzaron a descender por su rostro, pero no las detuvo. Su pecho se agitaba con respiraciones entrecortadas, como si cada inhalación fuera una lucha interna.
En sus manos, la fotografía de Ariana permanecía intacta, como si al sostenerla pudiera traerla de vuelta.
Había sido su amuleto, su única conexión con el pasado, con el amor que ahora sentía lejano.
—Falta muy poco, mi amor... —susurró, la voz quebrada por la esperanza desesperada.
La palabra “pronto” flotaba en el aire como un espejismo, inalcanzable.
El dolor de la separación lo ahogaba, pero él no podía dejar de aferrarse a la idea de que todo cambiaría.
—Te extraño tanto, más de lo que las palabras pueden decir. No puedo creer que te haya perdido, que este vacío en mi pecho sea real