Me desperté temprano, debía tenerle el alimento preparado a Eduardo José y a las niñas, unas veces tomaban cerelac de trigo, otras veces mazamorra de plátano y otras un batido de milo con Kola granulada. Mi bebé seguía dormido, pero si se levanta y no nos siente se asusta, por eso lo cargué para llevarlo al papá. José dormía a sus anchas, le puse el niño a un lado.
—¿Diosa?
—Debo preparar los desayunos, te encargo al niño, las niñas no demoran en despertarse también, son unas madrugadoras.
—Son las cuatro de la mañana.
—Debo preparar desayunos, almuerzos y estar desocupada para compartir con ellos.
—Estuve mirando anoche, y hay varios lugares, como pueblos, para que vayamos y conozcamos con los niños. Hasta Montería podemos llegar.
—Eso me agrada. —seguir con los ojos cerrados.
—No hagas almuerzo, comemos en algún restaurante.
—Lo hacemos cuando salgamos, y esta semana la pasaremos aquí. No podemos desperdiciar la comida. —abrió los ojos y me encogí de hombros—. Hay mucha comida compr