CAPÍTULO 46: PRISIÓN DE ORO
Savannah
Estoy gritando como loca para evitar que mi padre me empuje al auto, golpeo el asiento con ambas manos y lanzo maldiciones al aire mientras él me fuerza a entrar y por más que pateo la puerta, su físico me sobrepasa. Logra cerrarla y el chofer pone los seguros automáticos para evitar que me escape de nuevo. Mi cabeza está llena de ira y confusión, juro que estoy al borde del colapso. Pero entre grito y grito, algo me hace detenerme. Una sensación extraña a mis espaldas. Giro la cabeza hacia atrás y ahí está. William.
Mi corazón se detiene un segundo, antes de comenzar a latir con fuerza.
—¡William! —exclamo—, ¡Déjame ir, por favor!
Él no responde. Antes de que pueda seguir gritando o hacer algo, su mano se lanza hacia mí con una rapidez que no esperaba y acto seguido siento un dolor agudo en mi cuello.
—¡William, qué…! —comienzo a gritar, pero las palabras se me escapan cuando una pesadez insoportable comienza a invadirme.
Mis brazos pierden fuerza