Capítulo 36.

La decisión de dejar de huir y enfrentarnos a nuestros perseguidores no se tomó a la ligera. Aiden y yo pasamos muchas noches en vela, a la luz del fuego crepitante de nuestra cabaña, trazando posibles estrategias sobre un mapa rudimentario dibujado en cuero. Sabíamos que un asalto frontal al castillo era impensable, dada su imponente fortificación, sus muros gruesos y el abrumador número de guardias que patrullaban sin cesar. Cualquier plan debía basarse en la astucia, la sorpresa, la velocidad y un conocimiento íntimo del terreno circundante, así como de las debilidades inherentes a la arrogancia del rey Theron.

Aiden, con su perspectiva única forjada por siglos de existencia y sus recién despertadas habilidades, aportaba ideas que un humano jamás habría concebido. Recordaba la geografía de los alrededores del castillo desde sus vuelos en días pasados, antes de su captura, identificando rutas secretas que serpenteaban por barrancos ocultos, puntos débiles en las defensas
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