Liberado de las opresivas cadenas mágicas, Aiden se irguió en la penumbra de la celda, su forma dracónica, aunque ligeramente debilitada por su encierro, llenando el espacio con una presencia imponente. Sus ojos dorados, ahora libres del velo de dolor, escrutaban la oscuridad circundante, buscando instintivamente una salida, un camino hacia la libertad que ambos anhelábamos.
—Por aquí —susurró, su voz grave, aunque suave, resonando en el silencio húmedo de la mazmorra. Su mano, cálida y firme al tomar la mía, transmitía una fuerza latente, una promesa silenciosa de protección. Seguí a Aiden por un estrecho pasillo que se abría detrás de su celda, un oscuro conducto que parecía olvidado por el tiempo. El aire aquí era aún más denso, cargado con el hedor terroso de la piedra ancestral y un persistente aroma a humedad y desesperación. Sin embargo, la tenue luz de la esperanza que ahora brillaba entre nosotros hacía que incluso este lúgubre pasaje se sintie