La imponente sala del trono se había transformado en un escenario de diplomacia fría y transacciones calculadas. El rey Theron y la reina Lyra, sentados en sus elevados asientos de poder, recibían con una formalidad estudiada a los enviados del rey Oberon de Eldoria. Los estandartes de Eldoria, con sus emblemas de acero sobre fondo púrpura oscuro, ondeaban inmóviles, creando un contraste austero con la rica tapicería y los dorados adornos de la corte de Aethel.
A la cabeza de la delegación de Eldoria se encontraba Lord Valerius, un hombre de porte marcial y mirada penetrante, cuya voz grave resonaba con la autoridad de su rey. Acompañándolo, eruditos con pergaminos y escribas con plumas prestaban atención meticulosa a cada palabra intercambiada. —Majestades del reino de Adia —comenzó Lord Valerius, realizando una reverencia formal—. Les transmitimos el saludo de nuestro soberano, el rey Oberon, y su disposición a deliberar sobre los asuntos que motivaro