El suave contacto de nuestras frentes en la cima de la montaña dejó una sensación cálida y persistente, como el eco de una melodía en el alma. Nos separamos lentamente, nuestros ojos aún conectados, un hilo invisible de entendimiento entre nosotros. En la mirada dorada de Aiden, percibí algo más profundo que la gratitud o la camaradería. Había una ternura evidente, un cuidado silencioso que se había ido construyendo desde aquel día en que lo liberé de sus cadenas.
Bajamos de la montaña en un silencio cómodo, un murmullo de hojas y el canto lejano de los pájaros como única compañía. La mano de Aiden a menudo iba cerca de la mía, a veces rozándola suavemente, un toque fugaz que me enviaba pequeños escalofríos. Sentía su protección, no solo física, sino también emocional. Parecía genuinamente preocupado por mi bienestar, atento a mis pasos y a mi estado de ánimo, casi como si pudiera leer mis pensamientos. Era una sensación reconfortante, pero a la vez, extraña, pues nun