El viento del atardecer traía consigo un aroma terroso, mezclado con la humedad de los pantanos cercanos. Violeta cabalgaba con el rostro cubierto por una capa oscura, la insignia de plata de su madre colgando como un presagio sobre su pecho. Cada paso del caballo parecía conducirla más lejos de su mundo conocido y más cerca del epicentro del secreto.
La reunión tendría lugar en una antigua capilla en ruinas, a medio día de Theros. Nadie la acompañaba. Leonard, aunque reacio, había mantenido su palabra de no interferir. Solo Altair sabía su verdadero destino, y prometió vigilar la zona desde la distancia con un pequeño escuadrón en caso de emergencia. Pero si algo salía mal… Violeta estaría sola.
El terreno cambió lentamente de bosque a pantano, hasta que finalmente divisó la torre inclinada de la vieja capilla. Allí la esperaban. Lo supo por la forma en que dos figuras encapuchadas salieron de entre los árboles sin hacer ruido, como sombras invocadas.
—Nombre —dijo una voz masculina,